Puentes sobre el océano: La travesía de Camila Torres — una estudiante latinoamericana que encontró su segundo hogar en la India

Cuando Camila Torres, de 24 años y de Medellín, abordó un vuelo nocturno con destino a la India, sintió una mezcla de emoción y temor revolviéndose en su estómago. Ya había viajado antes —escapadas cortas por Sudamérica con sus amigas—, pero nada se comparaba con cruzar continentes sola, hacia un país que solo había vislumbrado a través de películas, videoclips y largas conversaciones con compañeros de clase indios en su país.
Esperaba color, choque cultural, quizás caos.
Lo que no esperaba era que este viaje reconfiguraría silenciosamente su sentido de identidad, desafiaría sus ideas preconcebidas sobre el mundo y le abriría la puerta a un país que, desde el primer día, se sintió ajeno pero extrañamente acogedor.
Camila respondió nuestra encuesta de intercambio India-Latinoamérica como muchos estudiantes: con cuidado, marcando casillas, anotando detalles prácticos. Pero detrás de esas respuestas latía una historia mucho más amplia y matizada. Sus respuestas se convirtieron en una ventana al tipo de transformación que solo ocurre cuando alguien deja atrás todo lo conocido y entra en un mundo construido sobre ritmos, valores, sabores y lenguajes distintos. Cada momento se volvió una lección de adaptabilidad, empatía y descubrimiento.
Elegir la India: Una decisión entre la curiosidad, el desafío y el deseo de crecer
En la encuesta, Camila marcó varias motivaciones para elegir la India: becas, asequibilidad, especialización académica e interés cultural. Pero al hablar de ello después, la verdad se reveló con más emoción.
"La mayoría a mi alrededor aplicaba a EE.UU. o Europa. No quería seguir el mismo mapa que todos. Quería aprender algo nuevo —no solo académicamente, sino sobre mí misma."
La decisión sorprendió a su familia. Su abuela, entre divertida y preocupada, repitió por semanas su famosa frase: "¿La India, mija? ¿Por qué tan lejos?".
Camila entendía su inquietud. La India, para muchos en su entorno, era un lugar de estereotipos: calor, multitudes, especias, templos. Pero para ella, era un lugar que despertaba curiosidad, no temor. Había pasado horas leyendo, viendo documentales, escuchando podcasts, imaginando las calles, los sonidos, los olores —pero nada la preparó para la realidad.
La beca ayudó. También lo hizo lo único del programa que quería cursar. Pero, en última instancia, admite que fue el deseo de crecer en una dirección que nadie a su alrededor había elegido. Esa audacia se convirtió en un hilo que recorrió cada experiencia del año siguiente: desde sortear calles abarrotadas hasta hacer amigos de distintos continentes, desde negociar una habitación en la residencia hasta celebrar festivales que solo había visto en línea.
La llegada: Ruido, calor, amabilidad y las primeras lecciones de adaptación
Camila calificó el proceso de visa y admisión con un "4 de 5" en dificultad —largas colas, formularios complejos, correos que tardaban semanas en responderse—. Pero también dijo que le enseñó la primera habilidad blanda de la vida internacional: paciencia, y la importancia de las pequeñas victorias.
Al salir del aeropuerto en la India, todo la impactó de golpe.
"El calor se sentía como una fuerza física", recuerda. No solo era calor —estaba vivo, envolviéndola antes incluso de encontrar su carrito de equipaje. El ruido era más fuerte, los colores más saturados, la energía más intensa que cualquier cosa que hubiera imaginado. Las calles, abarrotadas de vehículos tocando bocina en sinfonía, gente yendo en todas direcciones y vendedores ofreciendo sus productos en un caos melódico que resultaba abrumador y emocionante a la vez.
Y, sin embargo, en esa tormenta de novedad, encontró un consuelo inesperado. Un desconocido la ayudó a negociar con un taxista. Una joven la guió a un quiosco para comprar una tarjeta SIM. Alguien más le explicó cómo usar una app de pago digital. Estos pequeños actos de amabilidad suavizaron el golpe de la llegada y le dieron el coraje para enfrentar los días siguientes.
"Me sentí abrumada, pero no sola. Eso marcó toda la diferencia. Fue mi primera lección sobre cómo un país puede ser ajeno y acogedor al mismo tiempo."
La primera semana fue un borrón de olores, sonidos y aprendizaje constante —cómo cruzar una calle transitada, cómo regatear las compras, cómo entender acentos regionales, cómo confiar en que podía navegar en lo desconocido. Cada pequeño éxito se volvió una celebración silenciosa, y cada error un recordatorio para mantenerse curiosa, no ansiosa.
Vida académica: Exigente, inspiradora y llena de conversaciones globales
Al preguntarle en qué difería el sistema educativo del de su país, Camila no dudó.
Primero, los cursos eran más teóricos de lo que esperaba. Los profesores empujaban a los estudiantes a leer ampliamente, cuestionar a fondo y mostrar independencia, en lugar de depender de una guía constante. Aprendió a estructurar sus propios estudios, gestionar el tiempo eficientemente y hacer preguntas reflexivas —habilidades que nunca antes había necesitado practicar con tanto rigor.
Segundo, el ritmo era intenso. Las tareas llegaban rápido; los exámenes requerían memoria y pensamiento crítico; los plazos aparecían velozmente en su calendario. Camila recuerda noches pasadas estudiando textos mientras escuchaba música distante desde las habitaciones de otros estudiantes, aprendiendo no solo sobre temas académicos, sino sobre la disciplina de la constancia y la perseverancia.
Tercero, la dinámica profesor-alumno era intrigante. Al principio, le pareció formal y distante. Pero con el tiempo, comprendió que la formalidad era cultural —no emocional. Muchos de sus profesores se convirtieron en mentores una vez que ella se acercó con entusiasmo, ofreciendo orientación para proyectos de investigación, consejos prácticos para pasantías e incluso aliento en momentos de nostalgia.
Finalmente, estaba la diversidad. Sus compañeros venían de toda la India —y de África, el Sudeste Asiático y Asia Central. El aula se convirtió en un mundo en miniatura donde cada debate contenía capas culturales que nunca antes había considerado. Las discusiones sobre economía, política social y estudios ambientales se enriquecían con múltiples perspectivas, dándole un enfoque global que no había experimentado en casa.
Estos desafíos académicos expandieron su mente y su confianza. Aprendió no solo contenido, sino también a articular ideas en un contexto global —algo que ahora considera una de las partes más valiosas de su experiencia.
La vida diaria: El arte de volverse parte de una nueva cultura
Camila vive en una residencia estudiantil, un edificio bullicioso y vibrante donde los pasillos resuenan con música, conversaciones nocturnas y el olor a especias que sale de las cocinas. Las habitaciones son sencillas, pero cada rincón parece vivo de experiencias compartidas.
Adaptarse no fue fácil. La comida fue el mayor impacto. Al principio, evitaba cualquier cosa roja o naranja, asumiendo que le quemaría la lengua. Poco a poco, comenzó a experimentar —probando biryani, chole, dosas crujientes, infinitos tipos de chai. Llegó a amar la calidez de la hospitalidad india alrededor de la mesa. Sin embargo, también cocinaba arepas y ajiaco cada vez que encontraba los ingredientes, entretejiendo su propia cultura en este nuevo espacio.
Los festivales se convirtieron en su puerta de entrada al corazón de la cultura india. Durante su primer Holi, se encontró cubierta de colores brillantes y rodeada de risas, bailando con personas que conocía solo desde hacía unas semanas. En Diwali, se sentó con compañeros encendiendo pequeñas lámparas de arcilla, compartiendo dulces e intercambiando historias sobre tradiciones familiares y recuerdos personales. Esos fueron los momentos en los que la India dejó de ser solo un lugar donde vivía para convertirse en un lugar al que pertenecía.
Las amistades surgieron naturalmente. Los trabajos en grupo se transformaron en comidas compartidas, las compañeras de cuarto se volvieron confidentes y la confusión cultural mutua se convirtió en fuente de humor y complicidad. Aprendió a moverse por la ciudad, regatear en los mercados, viajar en auto-rickshaws y celebrar victorias con la clase de alegría por la que la India es famosa. Cada interacción, desde charlas nocturnas hasta juegos en festivales, construyó un sentido de pertenencia que hizo manejable la nostalgia y constante la aventura.
Planes futuros: Convertir la experiencia en propósito
Estudiar en la India redefinió la visión de Camila sobre su futuro.
Ahora quiere trabajar en programas de intercambio cultural, cooperación internacional u organizaciones que conecten a la India y Latinoamérica. Vivir en el extranjero le ayudó a entender más claramente ambas regiones —sus similitudes, sus malentendidos y su potencial para colaborar.
Se siente atraída por roles que construyan puentes entre continentes, especialmente en educación, cultura y desarrollo social. Su experiencia le ha enseñado que la empatía, la adaptabilidad y la comunicación intercultural son tan valiosas como el logro académico.
Sus principales consejos para estudiantes que consideren un viaje similar reflejan su propia transformación:
Los 3 mejores consejos de Camila
1.       Ven con la mente abierta. Lo desconocido te desafiará, pero también te enseñará más de lo que esperas.
2.       Sé paciente —con el papeleo, con la adaptación, contigo mismo. Todo se vuelve más fácil con el tiempo.
3.       Di que sí a las invitaciones. Festivales, salidas en grupo, degustaciones de comida, eventos en el campus —ahí es donde ocurre la conexión real.
Conclusión: Una historia que representa a miles
La voz de Camila es una entre cientos de estudiantes conectando a la India y Latinoamérica de maneras que las estadísticas o los documentos de política no pueden capturar por completo. Su travesía muestra que la educación internacional no es solo sobre títulos —es sobre construir empatía, curiosidad y lazos duraderos entre continentes.
"La India no solo me dio nuevos conocimientos; me dio una nueva versión de mí misma. Ahora siento que vivo entre dos mundos —y ambos se sienten como hogar."
Su historia no es solo personal. Representa un puente humano creciente entre dos regiones vibrantes, impulsado por estudiantes que viajan lejos, aprenden en profundidad y regresan transformados. A través de comidas compartidas, risas, aprendizaje y festivales, estos estudiantes están moldeando, callada pero poderosamente, la relación entre dos continentes.

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